15 de marzo de 2014

Desayuno dominguero

 



 
En casa éramos cuatro, cuatro hermanos gritones, alborotadores, alegres, obedientes... Sí, éramos obedientes y muy buenos cuando salíamos a la calle. Pero una cosa no quita la otra. Éramos niños.
 
Soy de la opinión, de que hoy en día los niños están aletargados, añoñados, criados entre algodones con banda sonora de Disney.
 
En los setenta y los ochenta, cuando yo me crié, no había consejeros, psicólogos, guías, libros, programas de Tv. Tenías un niño que criabas tú solita, que estabas en casa todo el día mientras tu marido se deslomaba en el trabajo de sol  a sol, con disciplina (si no te lo comes hoy, ya tienes todo el día de mañana para hacer hambre), una buena voz (que los gritos de mi madre se oían desde el portal y vivíamos en un sexto piso), nada de nubes dulces (que el Te quiero hijo, solo se ve en las películas).
Y  así pasé mi infancia... feliz como una perdiz. Dicen que todo tiempo pasado fue mejor. Yo creo, simplemente que la infancia fue el mejor tiempo. Te dan seguridad, cariño, tus necesidades primarias están cubiertas, la sociabilidad la mamas en casa ya que raro era la familia que tenía menos de tres hijos. Y estabas a salvo de preocupaciones, estrés,  rutinas infinitas, jefes déspotas, atascos insufribles, quebraderos de cabeza, cuadrar la economía familiar al milímetro... En fin. Éramos felices.
Si abriese mi vida como si se tratase de un álbum de fotos o una caja de recuerdos habría cosas buenas, inolvidables, desternillantes, para enmarcar, malas, románticas, traviesas , innombrables y familiares...
Pero de entre todas esas imágenes, que se aferran a cada una de las grietas de mi memoria, están los desayunos en la cama; nos levantábamos temprano y entre los cuatro preparábamos la leche, las tostadas, los huevos revueltos, el zumo... bandeja en mano llamábamos a la puerta de la habitación de mis padre y entrabamos los cuatro con gritos, alborotos, saltos y toda la intranquilidad que pudiéramos aportar a una mañana de domingo. Luego nos metíamos los cuatro en la cama y todos disfrutábamos de las tostadas quemadas, la leche fría y los huevos acartonados. ¿El mejor manjar del mundo !
Por eso, cuando el otro día vi la receta de las tostadas francesas con fresas y nutella, vino a mi mente la imagen, cual fotografía. En una habitación soleada, con un papel pintado de color naranja y dibujo psicodélico, había una cama. En ella, cuatro niños de ojos brillantes, pelo alborotado y mofletes colorados rodeaban a una madre enérgica y sonriente que sujetaba la bandeja de desayuno dominguero.
 
 

Ingredientes:

  • Blanco Pan Sandwich
  • Huevos
  • Leche
  • Azúcar Granulada
  • Mantequilla
  • Canela molida
  • Fresas y crema de cacao.
 
Preparación:
- Extendemos las tostadas de pan blanco.
- Untamos en un extremos un poco de crema de cacao.
- Colocamos sobre la crema de cacao  cuatro o cinco trozos de fresas.
- Hacemos un rollito.
 
- En dos platos aparte batimos un huevo y en el otro hacemos una mezcla de canela y azúcar.
- Rebozamos el rollito en el huevo batido.
 
 
- escurrimos el rollito y lo pasamos por la mezcla de canela y azúcar.
 
- lo pasamos por la sartén, con un poco de aceite y cuando esté tostada el azúcar lo sacamos y colocamos en  un plato con una servilleta para que recoja el  exceso de aceite.
 
 
Como todas las recetas, admite variantes; menos azúcar, sin canela, sustituir chocolate por queso fresco tipo Philadelfia, las fresas por manzana o plátano.
Por otra parte; para lo alérgicos, recordad que podéis hacerlo con leche sin lactosa o sustituyendo el huevo por leche a la hora de rebozar el rollito.
La vida es cuestión de gustos, y para gustos están hechos los sabores.
Bon apetit!
 
 
 

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