19 de abril de 2014

Felicidad


Echamos la vista atrás y vemos cómo nos educaron nuestros padres. Otra época, otras costumbres, otras modas, otras leyes... Lo haremos nosotros igual, diferente, ¿Será una referencia positiva o negativa?
Lo que si tenemos en común con la educación que nos dieron nuestros padres, e incluso nuestros abuelos es las bases.

La Felicidad, no consiste en tenerlo todo ni en conseguir todo lo que uno se propone. Ser ambicioso es positivo, pero hay que dotar al niños de las herramientas necesarias para aprender a superar y vencer las adversidades.

La felicidad no se encuentra en el materialismo, la satisfacción de cualquier capricho, el recurso a los regalos como solución del aburrimiento, el consumo sin límites, favorecen la confusión de la felicidad con la satisfacción inmediata y acaba convenciendo  de que solo teniendo y comprando cosas se puede ser feliz.
El Buen humor. La felicidad no es lo mismo que el buen humor, pero el buen humor es una de las manifestaciones de la felicidad. No perder el humor es, sobre todo, un signo de inteligencia y supone un recurso para aceptarse a sí mismo y para remontar las adversidades que nunca faltan.

Carácter. Tendemos a pensar que el carácter es inmutable y que  no tenemos más remedio que conformarse con su buena o mala suerte. Tampoco es que el niño sea una página en blanco, está impreso por la genética, la herencia, porque nace en el seno de una cultura... ¿cómo se forma el carácter?  inculcando al niño hábitos, con la repetición de actos, sus propias vivencias, experiencias, entorno... 

La Responsabilidad.  Para con  sus actos y para con los demás. Debemos inculcarle unos límites, de lo bueno, lo malo, lo aceptado moral o socialmente.
Que sea él mismo quien construya su escala moral, la misma que le guiará en todos sus actos y pensamientos durante toda su vida.
Dolor.  Es nuestro deber enseñarles a enfrentarse y a responder al dolor, a aceptarlo cuando es inevitable. A ninguno nos gusta verles llorar, no solo por un dolor físico, sino de rabia, impotencia, orgullo...
Autoestima. Que sea capaz de desenvolverse por sí misma sin demasiadas dificultades y con el máximo de satisfacciones posible. Nadie se atreverá a vivir por su cuenta y riesgo si no se quiere a sí mismo, si carece de confianza y de seguridad en sus capacidades. Es muy importante para que un niño se acepte a sí mismo que empiecen por aceptarlo sus padres. Que no lo idealicen ni proyecten en él lo que no es, ni quizá pueda llegara a ser nunca.

Buenos sentimientos. Los sentimientos también se educan y es posible aprender a gobernarlos. Es decir, que la solidaridad con el que sufre y que no es mi hermano ni mi amigo, por ejemplo, no se produce por arte de magia. «No hagas a los demás lo que no quieras que te hicieran a tí». 
 
Educación . Hay que fomentar las reglas de convivencia más cotidianas. Es lo que se llama «saber estar». Y es preciso que los niños aprendan a «saber estar», que se den cuenta de que no todo vale en cualquier sitio ni para cualquier ocasión.
 
Generosidad.  La generosidad es también el antídoto del egoismo entendiendo por tal la adherencia exagerada al yo y a todas sus pertenencias o intereses. Significa poner lo que uno tiene al mismo tiempo al servicio de aquel que tiene menos o al que le faltan muchas cosas.

Amabilidad. Aprender a escuchar, a sonreir, a mostrarse agradecido y de buen humor, hacer que el otro se sienta a gusto y no ser siempre una molestia para los demás.

Y a todo esto, ¿Dónde está el libro mágico de recetas que va a dar un niño que reúna todas éstas cualidades en un plis? Pues siento deciros que no existe, o tal vez yo (que todo lo encuentro si me lo propongo) no lo he encontrado. Si lo veis  por ahí, u os llegan rumores de su existencia, hacérmelo saber.
O tal vez, no. Si lo piensas con un poco de detenimiento, esas fórmulas magistrales, ese libro de recetas, esos hechizos mágicos... le quitarían bastante gracia a la etapa de criar un  niño, moldear su espíritu, guiar sus pasos o como queráis entender





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